Categoría: ‘General’

Agradezco la invitación del estimado y admirado amigo Jorge Martell de colaborar en este prestigioso Boletín dpi del cual me declaro adicto.

Pensando sobre qué tema pergeñar unas palabras, se me ocurrió hablar sobre uno de los artículos que llamaron mi atención: el titulado  «Índices cruzados» (Boletín dpi, nº 49, septiembre, 2017), en el que Martell aborda el interesante tema de los vínculos que unen y enlazan de las maneras más diversas e insospechadas, las diferentes artes, enriqueciendo la percepción de las mismas. ¡El misterio del arte!

Siempre se ha dicho que la música es una de las artes más abstractas, pues no describe situaciones o ideas concretas. Me refiero, por supuesto,  a la música instrumental pues la vocal posee letra que facilita la comprensión de la obra; poesía y música indisolublemente fundidas en un mensaje artístico. La música instrumental, no obstante, posee ciertos códigos, ciertas claves, como todo lenguaje, que dan sentido a lo que se escucha, pero es necesario conocerlos para penetrar en su sentido más profundo. En eso consiste la enseñanza y aprendizaje.

Me atrajo la idea de compartir con los lectores alguna de mis experiencias de los años de estudio en el Conservatorio Chaikovsky de Moscú. En particular aquella que  versa sobre esos «índices cruzados» que tanto me ayudaron a comprender y tocar con más convicción las obras que interpretaba. Recuerdo con afecto a uno de los profesores que me adentró en el mundo de los índices cruzados, D. Alekseev (Aleksiéyev), titular de la asignatura de pedagogía. Él me comentó en cierta ocasión que la riqueza y fuerza expresiva del arte no estaba únicamente en lo que se veía o escuchaba, sino en la medida que estimulaba nuestra imaginación; el disfrute de la obra no era un acto pasivo, sino pletórico de sensaciones, ideas, estados de ánimo, asociaciones que disparaba la obra de arte. La percepción de la obra no se limitaba a la obra misma, sino imaginándola en su devenir real ––caso de la música o el teatro, que transcurre en el tiempo–– o imaginado ––la pintura, escultura o fotografía, supuestamente imagen congelada, mas llena de movimiento––. Por ejemplo, un cuadro o una escultura ––pensemos en la recién inaugurada y bastante difundida escultura de nuestro Apóstol, José Martí, realizado por la artista estadounidense Anna Hyatt Huntington–– es una imagen estática, contemplamos un instante congelado, pero la imaginación continúa el movimiento, «vemos» la escena siguiente al momento congelado en el tiempo y el espacio: cayendo el cuerpo herido de muerte del héroe y el caballo encabritado y relinchando. Ese movimiento y sonido es una expresión «cruzada» con la experiencia vital y artística del espectador.

Cuando se utilizan diversas fuentes de alimentación, con otras palabras, tener cultura, se «cruzan índices». El fenómeno artístico es fruto más rico en la medida que trasluce esa cultura. Esta es una base de datos emocional y racional que permite abordar desde distintos ángulos, que se complementan e integran, la obra de arte; esta se comprende y se siente de modo tal que te identificas con lo que haces.

Cuando mi profesor me dijo eso me lancé a buscar bibliografía que no fuera musical para enriquecer mi mundo espiritual y emocional. Me topé con el libro de Vasily Kandinsky Punto y línea sobre el plano. Contribución al análisis de los elementos pictóricos[1] que explicaba los recursos y «secretos» que estructuraban un cuadro ya fuese figurativo como abstracto. ¿Qué aumentaba el interés de la lectura y que atraía mi curiosidad? Que desentrañaba, que descifraba, el contenido racional-emotivo oculto en toda pintura. Veíamos un paisaje, la figura de un santo, una naturaleza muerta, y subyacía en la tela, una estructura muy definida que transmitía sentimientos. Todo expuesto por Kandinsky de manera tan clara que podía extrapolarlo a la música.

Vasily Kandinski. Murnau, calle de pueblo, 1908, Colección Werner Merzbacher
Vasily Kandinski – Fuga, óleo sobre tela, 1914

Los músicos conocemos que la tonalidad es un concepto histórico que refleja un sistema en el que varios acordes, la tónica, subdominante y dominante, constituyen una suerte de sistema solar. Cada acorde tiene una función armónica, mas también emocional: la tónica es el Sol, define el ambiente y representa el «Hogar, dulce hogar», por antonomasia es la tranquilidad. La Subdominante comienza a aumentar la tensión y la Dominante es el máximo de tensión; que resuelve en la Tónica y se recupera la tranquilidad. Todo gira alrededor del acorde de tónica, pero éste sin los otros, no es nada. La alternancia de tensiones y distensiones armónicas, junto a otros elementos ––melodía, articulación, agógica, forma…–– crean los contrastes que el músico debe saber combinar para ser expresivo y golpear ––como dicen ahora: impactar–– la imaginación del oyente. Todo ese material sonoro debe ser analizado, entendido y sentido. Kandinsky nos dice en la mencionada obra:

«el análisis de los elementos artísticos es un puente hacia la pulsación interior de la obra de arte. La afirmación, hasta hoy predominante, de que seria fatal descomponer el arte, ya que esta descomposici6n traería consigo, inevitablemente, la muerte del arte, proviene de la ignorante subestimación del valor de los elementos analizados y de sus fuerzas primarias.

Desde el punto de vista semiótico toda obra musical escrita, la partitura, posee dos niveles. La improvisación no entra en esta definición porque expresa directamente con sonidos los sentimientos e ideas del improvisador. En el caso de la música escrita, y por orden de aparición para el intérprete: primero tenemos las notas y las indicaciones de matices dinámicos (fuerte y piano), agógicos (más rápido, más lento) de la partitura; el segundo nivel son los sonidos que esas notas e indicaciones representan. Este segundo nivel, es la obra musical real ––porque la partitura aún no es música; si no suena, es «letra muerta»–– como expresión de sentimientos que el oyente, valga la redundancia, escucha. Es donde el artista se realiza; es el verdadero contenido; son las ideas del creador. Claro, imprescindible elemento en esa ecuación, como ya apuntamos, es la imaginación; sin ella no existiría el arte. La imaginación solapa las costuras de la mentira que es el arte, y vemos una superficie lisa, sin arrugas, ni vacíos. Eso es válido para el creador de la obra y el receptor de la misma. Eso me enseñó la lectura de Kandinsky.

La Habana, 30 de mayo 2019


[1] Vasily Kandinsky Punto y línea sobre el plano. Contribución al análisis de los elementos pictóricos, Editorial Labor S. A. Barcelona, 1993